Comentario
Prisión de Pánfilo de Narváez
Estaba tan bienquisto de aquellos españoles suyos Cortés, que todos querían ir con él, y así, pudo escoger a los que quiso llevar, que fueron doscientos cincuenta, con los que tomó en el camino a Juan Velázquez de León. Dejó a los demás, que eran otros doscientos, en guarda de Moctezuma y de la ciudad. Les dio por capitán a Pedro de Albarado. Les dejó la artillería y cuatro fustas que había hecho para señorear la laguna, y les rogó que atendiesen solamente a que Moctezuma no se les fuese a Narváez, y a no salir del real y casa fuerte. Partió, pues, con aquellos pocos españoles y con ocho o nueve caballos que tenía, y muchos indios de servicio. Pasando por Chololla y Tlaxcallan fue bien recibido y hospedado. Quince leguas, o poco menos, antes de llegar a Cempoallan, donde estaba Narváez, tropezó con dos clérigos y con Andrés de Duero, su conocido y amigo, a quien debía dinero, que le prestó para acabar de dotar a la flota, que venía a decirle fuese a obedecer al general y teniente de gobernador Pánfilo de Narváez, y a entregarle la tierra y fuerzas de ella; que si no, procedería contra él como contra enemigo y rebelde, hasta ejecución de muerte; y si lo hacía, que le daría sus naos para irse, y le dejaría libre y seguro con las personas que quisiese. A esto respondió Cortés, que antes moriría que dejarle la tierra que había él ganado y pacificado por sus puños e industria, sin mandato del Emperador; y si a gran tuerto le quería hacer guerra, que se sabría defender; y si vencía, como esperaba en Dios y en su razón, que no necesitaba sus naves, y si moría, mucho menos. Por eso, que le mostrase las provisiones y recaudos que del Rey traía, porque, hasta no verlas antes y leerlas, no aceptaría ningún partido; y puesto que no se las había mostrado ni mostraba, era señal de que no las traía ni tenía. Y siendo así, que le rogaba, requería y mandaba se volviese con Dios a Cuba; y si no, que le prendería y enviaría a España con grillos, al Emperador, para que lo castigase como merecían sus deservicios y alborotos. Y así, con esto, despidió a Andrés de Duero, y envió un escribano y otros muchos con poder y mandamiento suyo, a requerirle que se embarcase y no escandalizase más los hombres y tierra, que a más andar se le levantaban, y se fuese antes de que se recreciesen más muertes o males; y que si no, que para el día de Pascua del Espíritu Santo, que era de allí a tres días, sería con él. Pánfilo se burló de aquel mandamiento, prendió al que llevaba el poder, y se mofó fuertemente de Cortés, que con tan poca gente venía haciendo bravatas. Hizo alarde de su gente delante de Juan Velázquez de León, Juan de Río y los demás de Cortés que andaban y estaban con él en los tratos y conciertos. Halló ochenta escopeteros, ciento veinte ballesteros, seiscientos infantes, ochenta de a caballo; aun les dijo: "¿Cómo os defenderéis de nosotros, si no hacéis lo que queremos?". Prometió dinero a quien le trajese preso o muerto a Cortés, y lo mismo hizo Cortés contra Pánfilo. Hizo un caracol con los infantes, escaramuzó con los caballos, y jugó la artillería, para atemorizar a los indios; y por este temor el gobernador que allí cerca tenía Moctezuma le dio un presente de mantas y joyas de oro, en nombre del gran señor, y se le ofreció mucho. Narváez envió, como dicen, de nuevo otro mensaje a Moctezuma y a los caballeros de México, con los indios que llevaban el alarde pintado; y cuando le dijeron que Cortés venía cerca, salió a correr el campo, y el día de Pascua sacó sus ochenta caballos y quinientos peones, y fue una legua de donde ya Cortés llegaba. Mas, como no lo halló, pensó que los lenguas que se llevaba por espías se estaban burlando, y se volvió a su campamento casi ya de noche, y se durmió. Mas, por si los enemigos venían, puso por centinela en el camino, casi a una legua de Cempoallan, a Gonzalo de Carrasco y Alonso de Hurtado. Cortés anduvo el día de Pascua más de diez leguas con gran trabajo de los suyos. Poco antes de llegar dio su mandamiento por escrito a Gonzalo de Sandoval, su alguacil mayor, para que prendiese a Narváez, y le dio ochenta españoles de compañía con que lo hiciese. Los corredores de Cortés, que iban siempre buen trecho delante, dieron con las escuchas de Narváez. Cogieron a Gonzalo de Carrasco, que les dijo cómo tenía repartido Pánfilo de Narváez el aposento, gente y artillería. Alonso de Hurtado se les escapó, y fue a todo correr, y entró por el patio del aposento de Narváez, diciendo a voces: "Arma, arma que viene Cortés". A este ruido despertaron los dormidos, y muchos no lo creían. Cortés dejó los caballos en el monte, hizo algunas picas que faltaban para que todos los suyos llevasen sendas, y entró él delante en la ciudad y en el real de los contrarios a medianoche, que, por descuidarlos y no ser visto, aguardó a aquella hora. Mas, por bien que caminó, ya se sabía su venida por el centinela, que llegó media hora antes, y estaban ya todos los caballos ensillados, y muchos enfrenados, y los hombres armados. Entró tan silenciosamente, que antes de que fuese visto dijo: "Cierra y a ellos", aunque tocaban alarma. Andaban por allí muchos cocuyos, y pensaron que eran mechas de arcabuz. Si un tiro soltara huyeran. Dijeron a Narváez, cuando estaba poniéndose una cota: "Catad, señor, que entra Cortés". Respondió: "Dejadle venir, que me viene a ver". Tenía Narváez su gente en cuatro torrecillas con sus alas y aposentos, y él estaba en una de ellas con unos cien españoles, y en la puerta trece tiros, o según otros dicen, diecisiete, todos de latón. Hizo Cortés subir arriba a Gonzalo de Sandoval con cuarenta o cincuenta compañeros y el se quedó a la puerta para defender la entrada con veinte; los demás cargaron las torres; y así, no se pudieron socorrer los unos a los otros. Narváez, cuando sintió ruido junto a sí, quiso pelear, por más que fue requerido y rogado; y al salir de su cámara le dieron un picazo los de Cortés, que le sacaron un ojo. Echáronle luego mano, y arrastrando le llevaron escaleras abajo. Cuando se vio delante de Cortés, dijo: "Señor Cortés, tened en mucho la ventura de tener mi persona presa". Él le respondió: "Lo menos que yo he hecho en esta tierra, es haberos prendido". Luego le hizo aprisionar y llevar a la Villarrica, y le tuvo algunos años preso. Duró el combate muy poco, pues al cabo de una hora estaba preso Pánfilo y los demás principales de su hueste, y quitadas las armas a los demás. Murieron dieciséis de la parte de Narváez, y de la de Cortés dos solamente, que mató un tiro. No tuvieron tiempo ni lugar de poner fuego a la artillería, con la prisa que Cortés les dio, si no fue un tiro, con el que mataron a aquellos dos. Los tenían tapados con cera por la mucha agua. De aquí tuvieron pretexto los vencidos para decir que Cortés tenía sobornado al artillero y a otros. Mucha templanza tuvo aquí Cortés, pues, ni aun de palabra injurió a ninguno de los presos y rendidos, ni a Narváez, que tanto mal había dicho de él, estando muchos de los suyos con gana de vengarse, y Pedro de Malvenda, criado de Diego Velázquez, que venía como mayordomo de Narváez, recogió y guardó los navíos y toda la ropa y hacienda dé entrambos, sin que Cortés se lo impidiese. ¿Cuánta ventaja lleva un hombre a otro? ¿Qué hizo, dijo, pensó cada uno de estos dos capitanes? Pocas veces, o nunca por ventura, tan pocos vencieron a tantos de una misma nación, especialmente estando los muchos en lugar fuerte, descansados y bien armados.